jueves, 28 de abril de 2022

La niña perdida. - Capítulo 9°



Capítulo 9°

RESUMEN DE LO ANTERIOR 

Debido al ardid preparado por María, hija del rey de Polonia y Lituania, y de Esther, su amiga de la infancia, el principe Paul Radzivil, responsable de los graves problemas que amenazan a la comunidad judía de Vilna, es presentado a Esther que finge ser una elevada dama de la nobleza y llega a admirarla por su inteligencia y erudición, hasta que su joven esposa María se ve obligada a confesarle toda la verdad que a él le parece increible.
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 - Ahora tienes -continuó diciendo la princesa María- mi diamante en el engarce adecuado. Con vestimentas propias de la corte y un título principesco has podido justipreciar su verdadero valor. Ahora sé que también la valorarás debidamente cuando use su ropa sencilla y su verdadero nombre. 
 -Ustedes me han vencido exclamó el principe Paul después de recuperarse un poco de su asombro. Me veo obligado a retractarme de los conceptos que sostuve hasta ahora y aceptar los de nuestra amiga, pese a que ahora se llama solo Esther y no tiene ningún título principesco. Si, ya veo, existe cierto tipo de nobleza con la que D's mismo clasificó a las personas, ¡esa es la nobleza de la misericordia Divina! 
 Y dirigiéndose a Esther dijo: 
 - ¡Permitame saludarla nuevamente como amiga de mi esposa y su salvadora! 
 El principe esperaba que Esther pidiese de inmediato por los judíos, pero ella se cuidó de hacer tal cosa. Ni con una sola palabra recordó esa circunstancia. Esto satisfizo enormemente al principe. En silencio salieron al jardín, cada uno ocupado por sus propios pensamientos. De improviso el principe se detuvo silencioso y dijo:
  -María, me parece recordar que tu amiga aún no recibió ningún regalo por tu salvación. Ella misma, al escapar, renunció agradecimienti de tus reales padres. Por eso yo quiero recompensarla. Creo que cien mil ducados no va a ser demasiado por salvar una vida tan valiosa como la de una princesa real y esposa del principe Radzivil. Bien, Esther, yo le regalo la suma que impuse a la comunidad judía de Vilna la cual deberá pagarla. ¡Usted puede hacer con esa suma lo que desee! 
 - Esther, que tan inesperadamente se encontró frente al objetivo perseguido no pudo pronunciar palabra alguna, y sus ojos se llenaron de lágrimas. María exclamó: 
 - ¡Oh, amado esposo mío, no sabes cuán dichosa me has hecho!
 Para los judíos fue una increible sorpresa ver un carruaje principesco atravesar las calles de su barrio y detenerse frente a la casa de Rabi Menajem. Cuando los principes y Esther descendieron del carruaje y conducidos por Rabi Menajem pasaron al salón y los sirvientes reunieron apresuradamente a los rabinos, dirigentes y jefes comunitarios en la casa de Rabi Menajem, la curiosidad de la población judía ya no tuvo limites. Una muchedumbre se reunió frente a la casa donde se encontraban sus altezas reales. 
 Allí estaban sentados el principe Radzivil y la princesa María; a un lado se hallaba parada Esther, vistiendo nuevamente su ropa, la que correspondia a una mujer judía, y luciendo sobre el turbante la valiosa diadema de perlas y piedras preciosas que usaba los sábados. Rabi Menajem introdujo a sus niños pulcramente vestidos y la princesa los alzó sobre el regazo y los abrazó.
  Enseguida llegaron los rabinos y los dirigentes y se inclinaron ante su severo gobernante.
  -Los he invitado dijo el príncipe para preguntarles si ya prepararon la contribución que la comunidad judía tiene que pagar. 
 -Su Alteza -respondió con modestia el Rabino Presidente del Tribunal. Nosotros no podemos reunir una suma así a menos que nos convirtamos todos en mendigos.
  - ¡A quién pertenece todo vuestro dinero sino a vuestro principe?!
 -Nosotros sabemos eso -continuó el rab- Nosotros estamos en poder de Su Alteza y por eso hacemos un llamado a su clemencia: redúzcanos la suma a la mitad pues nos será imposible reunir la otra mitad.
  -No les rebajaré ni un solo centavo. En el término de cuatro semanas deberán abonar la suma integra a la esposa de Rabi Menajem. El dinero se lo regalo a ella porque fue la amiga y compañera de la adolescencia de mi esposa y una vez le salvó la vida.
  Cuando el dirigente que años antes había argumentado que Vilna no tenia dinero para rescatar a Esther escuchó ésto, bajó la cabeza por vergüenza y arrepentimiento.
  -Y Esther -continuó diciendo el príncipe- puede hacer con el dinero lo que desee. 
 -ld -dijo a los rabinos y dirigentes- y transmitid la buena noticia a vuestros hermanos. 
 Y todos ellos besaron la mano del principe para salir luego a la calle.
 Enseguida se escuchó alrededor de la casa y después en todas las calles las alegres exclamaciones de los judíos. Las sinagogas se llenaron al máximo y alegremente dijeron Tehilim y alabaron al Altísimo por la salvación enviada a través de la leal y genuina hija del pueblo judío.
  Pero casi más que la inesperada salvación causó en todos mayor asombro el pasado de Esther. Por consiguiente la esposa de Rabi Menajem era aquella Esther de la cual todos los judíos polacos habían hablado tan maravillosamente! ¡Ella había sido la hija adoptiva del rey de Polonia y sin embargo escapó de la magnificencia real con tal de se- guir fiel a su creencia y religión! Ahora todos querían conocerla. En cualquier lugar donde ella aparecia exclamaban las mujeres judías: 
 -iViva la hija adoptiva del rey, la virtuosa Esther! 
 Las honras tributadas a Esther también fueron transmitidas al esposo, Rabi Menajem, al cual desde entonces empezaron a llamar "el yerno del rey".
  La princesa y Esther continuaron viéndose a menudo. También llegaron importantes regalos desde Cracovia del rey y la reina para la aún no olvidada Esther. Tanto al rey como a la reina asombró enormemente la fortaleza moral demostrada por la pequeña Esther quedando fiel a la fe de sus antepasados.
 La relación de su esposa con la corte favoreció enormemente a Rabi Menajem. El príncipe Radzivit lo nombró administrador de su gran fortuna y tuvo que reunir el dinero que el rey necesitaba para su guerra con Suecia. En breve tiempo se convirtió en el primero y más distinguido comerciante de todo Lituania y Polonia. Eso no le impidió seguir siendo tan modesto como antes ni continuar con sus diarias lecciones de Toráh.
  Para los pobres su casa continuó abierta exactamente igual que antes y en su mesa nunca faltaban unos cuantos de éstos. Tampoco Esther se enorgulleció de la amistad que el rey y la princesa le demostraban. Sus visitas al palacio y a la princesa eran frecuentes y cuando al verano siguiente los reyes visitaron a su hija, Esther paseó en el mismo carruaje con la reina y la princesa María a través de las calles de Vilna y la gran muchedumbre las saludaba a su paso exclamando con gran entusiasma: "¡Hurra!". Pero sin prestar atención a todos los pedidos, Esther ya no volvió a cambiar sus vestimentas, pues no queria diferenciarse en nada de sus hermanos judíos. Pero eso no le privaba la satisfacción de que sus opiniones fueran escuchadas como palabras de reconocida sabiduría y a menudo recurrian a sus consejos sobre cuestiones importantes, pues bajo su turbante se escondia una profunda comprensión y no como en muchas damas de la nobleza cuyos cerebros y corazones estaban totalmente huecos y vacíos. 
 La princesa iba a menudo a casa de Esther para observar su vida hogareña. Y cuando en cierta oportunidad los reyes visitaron la casa de Esther en todo Vilna se hizo el siguiente comentario;
 -El yerno del rey recibe hoy de visita a sus reales suegros! 
 Ese fue un día honroso y festivo para toda Vilna: incluso el más simple de los obreros se sentia orgulloso de que uno de los miembros de la sinagoga fuera "el yerno del rey".
 (Continuará)

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