domingo, 20 de marzo de 2022

La niña perdida.

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Capítulo 1°

Con el tratado de Westfalia concluye una larga serie de guerras que devastaron al viejo continente y se desata el caos en Europa oriental. Durante ochenta años Holanda hirvió en guerras continuas, en el transcurso de 30 años los florecientes campos de Alemania se convirtieron en un desierto, el arte y las ciencias fueron aniquiladas y las poblaciones huyeron de las grandes ciudades. Después de largos años de negociaciones en Münster y Osnabrück los grandes monarcas accedieron a firmar la paz.

 Europa oriental se vio poco afectada por estas convulsiones políticas y sociales y su situación era floreciente. Pero también allí ardió de improviso una espantosa llamarada que se extendió a todo el mundo. 

Polonia, donde gran cantidad de judíos vivían y desempeñaban un papel destacado, se convirtió en el centro de los terribles desórdenes que sumieron a todo el reino en el desamparo y la desesperación, difíciles de denominar. 

El atamán (título de líder cosaco) Bogdán Jmelnitski, o como lo llamaban los judíos "tzorer Jamil" (el perseguidor Jamil), se rebeló contra el rey de Polonia debido a la injusticia cometida por un príncipe polaco, Horanzi, el cual lo hizo encerrar en prisión y decidió decapitarlo. 

 Jmelnitski logró escapar e incitó a los cosacos de las planicies ucranianas contra los católicos polacos. Logró reunir a su alrededor 20.000 cosacos y este número aumentaba día a día. También hizo un pacto con los tártaros de Crimea con lo cual le fue fácil derrotar a las no muy numerosas fuerzas polacas de alrededor de 60.000 hombres. Este ejército fue hecho prisionero por el insurrecto y Polonia quedó totalmente desprotegida y a merced de las tropas bárbaras que se encarnizaron especialmente con los judíos y los feudales. Son verdaderamente indescriptibles las feroces crueldades con las que destruyeron numerosas e importantes comunidades judías degollando a la mayoría de sus miembros. Estos tristes sucesos son conocidos en nuestra historia con el nombre de "Persecuciones de los años 5408 y 5409". 

 Volvamos mejor nuestra vista hacia una silenciosa y pobre casa judía, donde por aquel entonces vivía uno de nuestros grandes sabios, de los cuales nuestro pueblo fue tan rico en las generaciones anteriores. 

Rabi Shabtai Cohén residía con su esposa y su hija única en un pequeño pueblo de Lituania. ¿Quién no conoce el nombre de Rabi Shabtai Cohen, o "el Shaj"? ¿Quién no oyó hablar de este famoso gaón del pueblo hebreo y de sus eminentes trabajos, del que con su ingenio y experiencia alumbra los ojos de cada estudioso, le da temas para pensar, lo incita al estudio y alegra su corazón y mente con sus claras opiniones? Rabi Shabtai Cohén aún era muy joven, no obstante lo cual ya sobresalía en grandeza y genialidad. Su esposa, Miriam, era nieta del Ram'a y como descendiente de destacados gaonim, también ella se distinguía por su gran devoción y bondad. Pero la mundanal dicha no alegraba ese hogar. Una triste enfermedad hizo presa de Miriam y su hija única, Esther, de 6 años, era una criatura débil y delicada. En el momento de comenzar nuestra historia Rabi Shabtai está sentado junto a la cama de su esposa, y un gran desasosiego lo domina. Sobre sus rodillas está llorando la pequeña Esther. 

 La enferma dormita y su respiración es lenta y dificultosa. De pronto abre los ojos y con débil voz se esfuerza en hablar: ‘’Mí querido esposo. Siento que voy a separarme de ti y de nuestra adorada hija. Te lo ruego, no me interrumpas pues debo decirte algo importante: en cuanto me dormí, apareció en sueños mi bisabuelo, el Ram'a y me ordenó despedirme de ustedes y consolarlos debido al difícil futuro que os espera. Porque has de saber, amado esposo, que una terrible sentencia se cierne sobre los judíos y mucho es lo que deberán sufrir, tú y nuestra hija. Pero yo voy a estar allí, en el Cielo, velando por ustedes: ante el Trono Celestial me pondré de rodillas para llorar y rogar que Él envie sus ángeles a protegerlos y salvarlos en el peor momento. 

 Y cuando la enferma terminó de hablar, agotada, dejó caer su cabeza sobre la almohada. Rabi Shabtai puso todo su empeño en consolarla y calmarla. Ella escuchaba las dulces palabras de consuelo y sonreía caritativamente.

  -Esposo mío dijo con voz semi-desmayada- siempre supe que mi dicha era ilimitada al tenerte a ti como compañero, pero ella me fue deparada sólo por un tiempo muy breve. Ahora ese tiempo llegó a su fin. Que seas feliz, mi gran hombre. Que seas feliz, dulce hija mía, mi Esthercita. ¡Que D's os proteja y ayude!

Se cerraron los cansados ojos de la virtuosa hija judía, voz fue apagándose, cada vez más y más bajo, el corazón rebosante de amor maternal dejó de latir y un alma limpia y pura se separó de la moribunda. El llanto de Rabi Shabtai rompió todas sus barreras y como un grito desesperado salió de su garganta la eterna afirmación judía: "Shemá Israel!" cuando aún se agitaban los labios queridos, despacio, despacio, antes de cerrarse por última vez. 

---.,.--- 

Muchas semanas pasaron. Después de la muerte de su esposa Rabi Shabtai volvió a sumergirse en sus estudios, en los cuales encontraba el consuelo de su dolor. La inconsolable pena, enfermó gravemente a la pequeña Esther y durante largos días estuvo debatiéndose entre la vida y la muerte. El padre no se separaba de la niña y estudiaba sentado junto a la camita. Estaba profundamente concentrado en el difícil estudio del "Tokfó Cohén" en la Guemará Baba Metziá. Sobre ese tema se proponía desarrollar todo un tratado. Abstraído por el estudio no oyó el fuerte tumulto que se iba acercando hacia su casa, Pero finalmente llegó a sus oídos un terrible grito: "¡Ahi viene Jamil! ¡Los cosacos están aquí!", que lo hizo saltar de su asiento. Cuando se acercó a la ventana vio oleadas de humo que ascendían de las casas incendiadas por los cosacos. Sin titubear envolvió en una abrigada manta a su hija enferma, la alzó en brazos abandonando la casa con todos sus libros y escritos. La abrigó con su piel y corrió fuera de la ciudad, tomando el camino opuesto a aquel por donde entraban los cosacos. Era pleno invierno, en un día viernes pasado el mediodía. Pero Rabi Shabtai, sin pensar en otra cosa, corrió sobre la dura nieve hasta perder el aliento unas cuantas horas. Tras suyo oía la salvaje masacre de los cosacos y los desesperados lamentos de los desdichados e inocentes pobladores que caían asesinados sin ningún tipo de compasión. El inminente peligro dio a Rabi Shabtai nuevas fuerzas y con la puesta del sol llegó a un bosque donde descansó por unos instantes sobre el tronco caído de un árbol. Entonces entreabrió su abrigo de piel, sacó a su hijita enferma envuelta en la manta, la acostó sobre la nieve volviendo a cubrirla con la piel. 

 Mientras tanto se había hecho Shabat. ¡Qué penosísimo sábado! Rabi Shabtai estaba solo en un bosque, solo con su hija enferma, sin alimentos, sin ayuda humana! Pero Rabi Shabtai no se desesperó y alabó al Altísimo por la gracia concedida al salvarlos de las manos asesinas. 

 Recitó las oraciones de recepción del sábado sintiendo en ello consuelo y descanso espiritual. La noche no era muy fría y la piel daba suficiente valor a él y la niña, a la cual había vuelto a tomar en sus brazos. Débil Esthercita ardía de fiebre y el desdichado padre no podía alcanzarle ni siquiera una gota de agua caliente! Después de largo rato Esthercita se durmió profundamente sin volver a despertarse. Y cuando finalmente se hizo de día, después de la noche interminablemente larga y espantosa en el bosque, Rabi Shabtai vio que en sus brazos tenía una niña muerta... 

 El infeliz padre dejó sobre la nieve el cuerpo de la niña envuelto en la manta. Había quedado totalmente solo en este mundo. Libros y escritos seguramente se habían quemado. Todo lo que le era querido había desaparecido. Una amarga desesperación empezó a apoderarse de su corazón; de pronto recordó que era Shabat y su tristeza desapareció; su corazón fue inundado por una honda calma espiritual, calma proveniente de una profunda aceptación de la Voluntad Celestial, aceptación que no sabe de rencores ni de reclamaciones contra la Divina Providencia.

 -D's así lo quiso- se dijo a sí mismo. Que se cumpla Su sagrada voluntad; hoy es Shabat Kodesh, ¡no puedo llorar ni lamentar mi desgracia! Se puso a rezar y a repasar mentalmente el capítulo de la semana y los comentarios e interpretaciones de los sabios sobre la misma. 

 De pronto oyó el sonido de trompetas que se acercaban hacia el lugar donde él se encontraba. Ya podían oírse los golpes producidos por los cascos de los caballos y el ladrido de los perros. -jAy de mí! ¡Ay, llegan los cosacos! -exclamó Rabi Shabtai y sin pensarlo mucho empezó a correr dejando en el bosque el cuerpo sin vida de la niña. Corrió largo rato hasta que el sonido de las trompetas y la algarabía de los perros se debilitaron. Vio ante sí un hueco bajo un árbol y se escondió. Se quedó sentado allí hasta que se hizo de noche y aparecieron las estrellas. Entonces salió de su escondite y regresó al lugar donde había dejado a su hija muerta, para darle sepultura en un cementerio judío. Pero cuando llegó al lugar vio que la nieve había sido hollada por numerosas personas, caballos y perros, pero el cadáver de su niña había desaparecido. 

 -Tal vez los salvajes la cubrieron de nieve- pensó para sí. Se puso a buscar en la nieve, pero no encontró ningún indicio de la niña. Cuando por fin se convenció que su hija había desaparecido, se arrojó al suelo y empezó a lamentarse desesperadamente: 

 -Esther, mi querida Estercita, ¿dónde estás? ¿Es que ni siquiera podré llevarte, por lo menos, a una sepultura judía? Mi amor, mi adorada hija, ¿qué se hizo de ti?

Así se lamentó y lloró largo rato hasta que su devoción a D's volvió a darle la calma y la fuerza necesaria para soportar la desgracia. No obstante haberlo perdido todo, incluso el cuerpo de su única hija muerta, su D's y su Torá habían quedado dentro suyo. Desde ese momento no tenía sobre la tierra nada más que su fe y para ella viviría en adelante. 

(Continuará)

17 de – אֲדָר ב 

20/ 03/ 2022

Oasis




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