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RESUMEN DE LO ANTERIOR
La esposa de Rabi Shabtai Cohén muere siendo aún muy joven. Antes de expirar anuncia a su esposo que épocas muy penosas barbián de sobrevenir para los judíos y que él y su hijita llegarían a sufrir lo indecible. La hijita, sumamente apenada por su irremediable pérdida, enferma de gravedad y el padre no se separa un instante de su lado. Un buen día el pueblo es atacado por las hordas cosacas y el Rabi solo atina a envolver en una manta a su hija y escapar con ella al bosque. Pasa toda la noche con su niña en brazos y al llegar la mañana se da cuenta que la pequeña está sin vida. Al oír el sonido de trompetas y ruido de caballos y perros corre a esconderse pensando que son los cosacos. Cuando el sol se pone vuelve al lugar donde dejó el cuerpo sin vida de su hija y no lo puede encontrar. La desesperación lo domina por completo.
Cuando ese sábado por la mañana Rabi Shabtai Cohén escapó a oír el sonido de las trompetas, el ladrido de los perros y el tumulto de los jinetes, estuvo en un error al pensar que provenían de una banda de cosacos. No eran cosacos sino el mismo rey de Polonia que iba de caza al bosque. El monarca se había dirigido a Lituania para sofocar personalmente la rebelión cosaca con Jamil a la cabeza. Jamil fue derrotado. El resto de sus hombres se dio a la fuga y en su retirada atacaron el pueblito de Prinsk, llevándose todo lo que pudieron como botín e incendiando et resto. Al mismo tiempo que el comandante polaco Asoliski perseguía a los insurgentes, el rey organizó una partida de caza en el bosque para él y su comitiva. Mientras los cazadores se iban acercando al lugar donde se encontraba la niña muerta, uno de los perros de caza la olfateó. Este era el preferido del rey y como no dejaba de correr en derredor de ese lugar, su amo envió a los sirvientes a ver que sucedía. Los criados regresaron enseguida y explicaron el extraño caso. -Majestad -dijeron- ahí se halla el cuerpo de una niña extraordinariamente hermosa. Debe ser hija de alguien que escapó de los cosacos. Aparentemente está muerta. -Fartzinski -le dijo al médico que cabalgaba al lado suyo. Echa un vistazo, quizás aún viva. Era hija de un ciudadano lituano que tuvo que huir y él nos va a estar agradecidos si logramos salvarla. El médico saltó del caballo y auscultó a la pequeña. -La niña aún vive –explicó- pero su estado es desesperado. Si Su Majestad ordenara a uno de los sirvientes que la lleve sobre el caballo, tal vez podríamos salvarla. El rey hizo una señal a uno de sus sirvientes, el cual levantó de inmediato a la niña colocándola delante de él en el caballo y toda la comitiva partió a todo galope hacia el pabellón de caza donde se encontraban la reina y su hijita, la princesa María. Allí acostaron a Esther brindándole todos los cuidados necesarios y al poco rato despertó de su inconciencia, pero enseguida cayó en un fuerte estado febril. Durante
muchos días estuvo luchando entre la vida y la muerte pero finalmente se presentó la crisis y la joven vida logro vencer. Poco a poco la niña fue recuperándose. La joven princesita María, que también tenía seis años de edad, esperaba ansiosa el momento en que le autorizasen ver la niña encontrada en el bosque. Y cuando final- mente le permitieron verla se ligó a ella con verdadero amor fraternal. Desde ese momento no habló de otra cosa más que de la niña del bosque y de esa manera la atención del rey y la reina se volvieron hacia Esther. Cuando el doctor anunció por fin que la niña estaba fuera de todo peligro y que ya se le podia preguntar sobre su pasado y sus padres, le pidieron que explicara cómo había llegado al bosque. Y Esthercita habló del padre, de la difunta madre, como también de la huida al llegar los cosacos. De esta forma se fue demostrando que habían salvado de la muerte a una niña judía. -¿Qué haremos ahora con la niña judía? -preguntó el rey ¿Quién sabe dónde pudo haber escapado al padre? Sin duda no se lo encontrará tan rápido. -Su Majestad sólo debe permitir que se entregue la niña a la comunidad judía -dijo el médico- y ellos ya se van a ocupar de ella. -¡Oh, no, no, papá! -exclamó la pequeña princesa María- ¡Yo no abandonaré a esta nena tan buena! ¡Qué bien vamos a jugar juntas cuando sane por completo! ¡Oh, te lo pido, te lo ruego, déjame esa linda niña! -Démosle el gusto a nuestra hijita -dijo la reina-. Haremos que la niña del bosque se convierta a nuestra religión y la tendremos con nosotros todo el tiempo que María quiera jugar con ella. El rey consintió con gusto el pedido de la reina y de su hija y ordenó al cura preparar a Esther para su conversión. Pasaron algunas semanas hasta que Esthercita se repuso por completo, pero entonces se presentó una situación que causó gran asombro en la corte: la pequeña de seis años se negó a comer de la mesa del rey. ¿Por qué no quieres comer, tontuela? -le preguntó el doctor cuando oyó que ella se negaba a comer alimentos cocidos. -Porque D's nos prohibió a los judíos comer esos alimentos -respondió Esthercita. -Pero si hasta ahora comiste. -Sí, pero hasta hoy no me había curado por completo y cuando mi mamá estuvo enferma papito dijo que para salvar la vida se puede comer de todo. Pero ahora ya estoy sana, ahora solo puedo comer de una mesa judía! -Y bien -dijo el doctor para sí- ya es hora que el sacerdote Kiril empiece su trabajo. El sacerdote Kiril era el confesor del rey. Enseguida se acercó a la niña y empezó a darle sus explicaciones. El argumentaba que desde el momento en que el padre la abandonó, considerándola muerta, para él ella había muerto de verdad y la vida solo
la había recibido del rey y su bondad, por lo tanto ella era su creación y estaba obligada a aceptar su fe y dejarse convertir. La princesita María, que estaba en el cuarto de al lado, oyó a la niña que tras las palabras del cura rompió a llorar desesperadamente pidiendo que la dejaran en libertad o le quitaran la vida por completo. (En aquellos tiempos se daba a menudo el caso de que los mismos judíos se dejaran matar por Kidush Hashem (santificación del nombre de D's) a manos de los cosacos con tal de no renegar de su fe. Esthercita había escuchado muchas veces hablar sobre eso y comprendió que también ella debía optar por la muerte antes que dejarse convertir). La niña se arrojó al suelo, lloró y se lamentó en voz alta pidiendo que la mataran antes que convertirla. María entró corriendo al cuarto y gritó: -¡Mi nena querida y buena! ¿Quién se atrevió a hacerte algún mal? Esther no pudo responder y solo señaló al sacerdote. -¿Usted, el sacerdote Kiril? preguntó María asombrada. -No, hija mía -respondió el cura-. Por el contrario, yo quiero hacerla dichosa, que sea tu hermanita por completo, que se convierta en cristiana. -¿Y tú no quieres Esther? -inquirió la princesita. -¡No, no! -exclamó Esther sin titubear. Yo no quiero, quiero seguir siendo una niña judía. Prefiero morir antes que ir a la conversión. María levantó a su amiguita del piso, la abrazó y besó secando sus lágrimas. -Tranquilízate, Esthercita -dijo- Nadie te va a obligar. Después de todo tú eres mi querida hermanita. ¡Ven conmigo al jardín, a los canteros con flores! Y bajo las lágrimas Ester rió dichosa. Y María la tomó de la mano y pasó delante del sacerdote ante quien se arrodilló con respeto besándole la mano. Enseguida se escucharon en el jardín las dos vocecita que alegres cantaban y reían, jugaban y saltaban entre los canteros donde juntaban flores. Nadie hubiera podido creer que una de esas alegres criaturas acababa de sostener tan difícil lucha por su fe. Pero el sacerdote se dirigió al rey a quien informó de su fallida gestión junto a la niña judía. El rey sintió un gran enojo y quiso enviarla con sus correligionarios. Pero la reinmua no quiso quitarle a su hija la amiguita con la cual tanto se había encariñado. En este punto intervino el médico personal del rey, quien explicó que la niña se doblegaría con el tiempo. De a poco, la educarían y acostumbrarían a la idea de convertirse en cristiana, entonces iría sola hacia la conversión y con la mayor buena voluntad. El rey, como también el cura, estuvo de acuerdo. Por lo tanto decidieron permitir que continuara la amistad de Esther con la princesa y no molestarla.
La corte real regresó a Cracovia, capital del reino polaco. Allí se procuró que Esther recibiera comida proveniente de una cocina kasher; contrataron a una mujer viuda para que a diario llevara a palacio la comida preparada. Cuando la comunidad judía de Cracovia se enteró de esto, se asombró enormemente. Muchos judíos trataron de ver a la extraordinaria niña que había demostrado ser poseedora de tan fuerte carácter judío; pero intencionalmente en el palacio mantenían a Esthercita separada de los judíos en la esperanza de que finalmente sería posible convertirla. Por ese motivo la comunidad judía solo sabía de Esther aquello que la anciana Janá, la viuda, contaba de ella. Como Esthercita misma no conocía el nombre con el cual llamaban a su padre y el número de las víctimas judías era muy grande, no se pudo averiguar a quién pertenecía.
(Continuará)
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