miércoles, 23 de marzo de 2022

La niña perdida - Capítulo 4°

https://mimusar.blogspot.com/2022/03/la-nina-perdida-capitulo-4.html?m=1 


Capítulo 4°

RESUMEN DE LO ANTERIOR 
Rabi Shabtai Cohen, ante la llegada de los cosacos huye al bosque llevando en brazos a su hijita enferma. Creyéndola muerta la deja allí y la niña es recogida por el mismo rey de Polonia quien la lleva a su palacio donde es atendida hasta que se recupera totalmente. Traba estrecha amistad con la joven princesa María y ambas se educan y viven en la corte donde todos aprecian a Esther y tratan de influir en ella para lograr su conversión al cristianismo. Un paseo fortuito le permite conocer a un tabernero judío con su familia y pasar con ellos ese Shabat. Ese encuentro deja una profunda huella en la joven e influye en su ánimo respecto al camino que deberá seguir en el futuro.
                        ---.---
Capítulo 4°
 Ya entrado el verano la corte se trasladó a Lituania para la temporada de caza. El joven cura que debía preparar a la princesa María para su confirmación también los acompañó.   Esther debía asistir a las lecciones que el cura daba a la princesa, pero desde aquel sábado que pasara en la hosteria judía ella solo era un testigo mudo, y las dulces palabras del cura no le causaban impresión alguna. María lo notó y calló queriendo evitar una aflicción a su amiga. Pero el hecho fastidió enormemente al cura al cual la rabia contra la caprichosa judía lo llevó a quejarse ante el rey.
  El rey hizo llamar a Esther y le habló apacible y amistosamente. Le prometió una rica dote y buscarle un novio entre los principes más ri- cos y distinguidos de su corte con tal que ella doblegara su capricho y no cerrara su corazón a la fe cristiana. 
 Sin contestar palabra, Esther se inclinó ante el rey, y dos ardientes lágrimas rodaron por sus mejillas. Al advertir ésto el rey pensó que era un signo de gratitud y acatamiento. Antes que Esther se retirara, el poderoso monarca, emocionado, le dio su bendición. 
 Cuando se retiraba de las habitaciones reales Esther fue llamada junto a la reina, la cual la recibió con gran ternura y cariño. La gran dama le habló de los brillantes planes que tenían para ella, casarla ricamente con el más hermoso príncipe del reino, para lo cual se esperaba que ella no rechazara la conversión.  La confirmación de la princesa sería mucho más trascendente si coincidentemente su amiga reco- nocía la verdadera fe. 
 Tampoco las palabras de la reina recibieron otra respuesta de Esther más que lágrimas. La señora no quiso obligarla a responder de in- mediato. La rodeó con sus brazos y dijo:
 -Ahora ya conoces nuestro deseo. ¡Dános el gusto! 
 Cuando finalmente Esther llegó a su cuarto, cerró tras de sí la puerta y arrodillose con una plegaria a D's, para que Él le diese fuerzas que le permitieran soportar la gran prueba. 
 -¿Qué podría hacer? Escapar, escapar! -gritaba una voz dentro suyo-, Pero, cómo escapar? ¡El brazo real es largo y donde vaya éste puede alcanzarla!
 Esther dormia con las otras damas en el cuarto de la princesa. Hacia rato que todas descansaban en un profundo y dulce sueño, solo Esther continuaba despierta. El pen- samiento respecto a qué acer la atormentaba sin cesar. 
 -Qué hacer? ¿Qué va a pasar?-. Finalmente logró dormirse. En sueños se vio en la casa paterna: la madre padeciendo una enfermedad mortal, el padre estudiando sentado junto al lecho de su esposa oyó la voz de la madre: 
 -Dificiles pruebas tendrán que sufrir, tú y nuestra hija. Pero yo velaré por ustedes y ante el Trono Celestial rogaré y no descansaré hasta que Él os envíe su ángel para protegeros y salvaros! 
 -¡Mamá, mamita exclamó Esther-. Mamita querida, sálvame! ¡Tu hija está en peligro, en el mayor de los peligros! 
 -Ester, ¿que te sucede? -preguntó -¿Qué significa este alboroto? - se sobresaltó también la dama francesa. Pero antes que Esther pudiese contestar empezaron a golpear con fuerza a la puerta. 
 -jAbran, sálvense, fuego! El castillo está ardiendo!  
 Las damas se vistieron aceleradamente alguna ropa y escaparon. Esther quedó rezagada allí. 
 -¡Quizás -pensó- ésta sea la mejor oportunidad para escapar! ¡Cuando noten mi falta creerán que desaparecí en el fuego y no me buscarán!   Abrió la ventana... Las llamas iluminaban toda la zona. Junto a la ventana había un árbol, sus ramas podían alcanzarse con facilidad... Muchas veces María y Esther, en sus juegos, se habían asomado a la ventana y tomándose de las ramas se deslizaron al jardín. Esta vez Esther hizo lo mismo. En un extremo del jardín había una puerta que se abría al gran campo abierto. La niña corrió hacia allí. 
 ¡Si la puerta estuviese sin llave podría escapar al camino!... Los alrededores le eran bien conocidos y ya encontraría dónde detenerse. ¿Pero qué pasaría si la puerta estuviese cerrada?, tendría que regresar... Oh, no, mejor arrojarse a las Ilamas antes que aceptar la conversión. Al llegar junto a la puerta, la encontró abierta. La tierra amplia y salvaje surgió ante ella. Era una noche oscura solo iluminada por las llamaradas del castillo incendiándose. La tierna y delicada niña em- prendió su largo camino... Esther nunca había atravesado sola los muros del castillo y menos aún en una noche oscura. ¿Y si es atacada por lobos o capturada por asaltantes? Sí, es preferible ser destrozada por los lobos antes que aceptar la conversión forzada, mejor morir a manos de los asaltantes antes que vivir en la holgura y renegando del propio pueblo y de D's.   Fortalecida por esa decisión, continuó con gran audacia alejándose del castillo. Las finas chinelas que calzaba se rompieron y los cansados pies se rehusaban a continuar. Oh, D's, ¿cuánto va a demorar ésto? 
 El castillo continua en llamas. Es en vano el esfuerzo para apagarlas, para salvar lo que sea, todo arde hasta los cimientos.. 
 -jEstoy contento -dijo el rey- que nadie resultó herido! 
 Pero María empezó a mirar a su alrededor.  -¿Dónde está Esther?-preguntó atemorizada.   Empezaron a buscar, llamar, la dama principal dijo que Esther había salido con ella del cuarto, pero nadie la vio, el rey ordena buscar a Esther en el dormitorio. Pero el cuarto está envuelto en llamas y es imposible entrar allí. Ni siquiera se puede trepar al árbol que se halla frente a la ventana, pues también fue alcanzado por el fuego. jOh, no cabe duda, Esther murió carbonizada! ¡Esther es la única víctima del gran incendio! 
 -iPero si ella fue quien nos despertó cuando todas dormiamos! - exclama la dama. 
 -Ella tenía la costumbre de hablar en sueños -responde entre llantos la princesa. 
 La reina abrazó a su hija, dichosa que la desgracia hubiera tocado a otra y no a ella. Pero María continuó largo rato llorando y lamentándose por su amiga a la cual no vol- vería a ver jamás. 
                                   ---.---
Cuando Rabi Shabtai Cohen no halló en el bosque el cuerpo de su hijita quedóse inmóvil y desesperado largo rato, luego abandonó el lu- gar volviendo a Prinsk. De su casa sólo encontró un montón de cenizas pero su Torá le dio fuerzas para mantenerse con vida. Recorrió Lituania y Polonia y donde Ilegaba y se daba a conocer era recibido con todos los honores. Cada comunidad judía se consideraba feliz de tener como huésped a uno de los mayores sabios de esa generación. 
 Las comunidades más importantes le ofrecieron el puesto de rabino, cargo que él siempre rechazaba. Quería buscar a su hija porque una voz interior le decía que ella vivía y que en algún lado debía hallarse. Pero en vano fue su búsqueda y su investigación y finalmente Shabtai Cohen aceptó el pedido de la comunidad judía de una ciudad de Moravia y se hizo cargo de la dirección espiritual de la misma. 
 Allí volvió a casarse naciéndole de esa unión un hijo varón pero el recuerdo de Esther nunca desapareció de su corazón y todos los días rogaba a D's qué le permitiese encontrarla.
 El pueblo judío tiene una costumbre ancestral: para Shabat todo dueño de casa Ileva a su mesa un huésped sin recursos. 
 Rabi Shabtai Cohen recibió en cierta oportunidad a un judío polaco recién llegado a la ciudad. Durante la comida el hombre contó que en la corte real en Cracovia vivía una niña judía amiga inseparable de la princesa. La niña se negaba a comer todo aquello que no fuese casher por lo que habían contratado los servicios de una mujer judía que le preparaba los alimentos y se los llevaba al palacio. 
 -¿Usted conoce el nombre de la niña? -preguntó Rabi Shabtai impaciente. 
 ¡La llaman -respondió el huésped- la bella Esther!  
 - ¡Oh, ojalá fuese mi Esthercita! -exclamó Rabi Shabtai lleno de alegría y esperanza. 
 -¿Quizás sepa usted -continuó preguntando- cómo llegó la niña a la corte?
 -Dicen que el rey la encontró durante una cacería en el bosque donde se hallaba medio muerta. 
 Al día siguiente Rabi Shabtai Cohen se separó de la esposa y del hijo, y se puso en camino hacia Cracovia para buscar a su hija. Al llegar a Cracovia, después de un largo viaje, se enteró que la corte se hallaba en Lituania. Yendo hacia allí, la posibilidad de volver a ver al menos el sepulcro de sus padres se adueñó de sus pensamientos. ¡Qué sentimientos despertaron en el corazón del hombre tantas veces probado y atormentado al volver, después de larga separación a su patria natal! 
 Toda su juventud, sus vivencias, volvieron a él. En ese país, a muy temprana edad, estudió Torá de su padre Rabi Meir Hacohen. Siendo aún muy niño ya asombró al mundo con sus excepcionales aptitudes y un nieto del Ramá,  Volf Wilner lo eligió yerno para su hija Miriam.
  Rabi Volf era un comerciante de brillantes y diamantes y entregó a su yerno, Rabi Shabtai parte de su negocio a bajo precio y los vendía a aficionados obteniendo buenas ganancias; viajaba a menudo a Leipzie donde concretaba buenos negocios. A Rabi Shabtai el negocio le gustaba y sin duda hubiera llegado a hacerse muy rico, pero cierta vez su padre se le presentó en sueños y le dijo:
 -iQuerido hijo mío, tú, valioso diamante del pueblo judío, cuyo brillo debe iluminar a los tuyos durante cientos de años, dedicas tus extraordinarias aptitudes al brillo de simples piedras y abandonas la luminosidad de tu espíritu?
  Desde ese instante Rabi Shabtai dejó de tomar parte en los negocios de su suegro dedicándose por completo al estudio de la Torá y ni siquiera las grandes desgracias que le tocaron vivir luego lograron separarlo del mismo.  
 Estos recuerdos afloraron a su memoria. Ante sí vio sus viajes a Leipzig. En uno de ellos encontró a un hombre joven con el cual, de chi- cos, solían jugar juntos en el pueblo. Era hijo de un feudal polaco, de nombre Bratislav, que estudiaba en Leipzig. Llevaba una vida disipada y finalmente fue arrestado a causa de sus deudas. 
 Cuando Rabi Shabtai se enteró de esto, tuvo lástima del amigo de la juventud, pagó sus deudas y lo liberó de la prisión. Desde entonces no habia vuelto a verlo ni a saber de él. 
 Rabi Shabtai caminaba absorto en sus pensamientos y no notaba lo que sucedia a su alrededor.  
 De pronto se encontró en la espesura de un bosque; el sol se estaba poniendo y en el camino no se veia a nadie. En el bosque se había hachado leña quedando un claro pero ningún camino salia del mismo. Rabi Shabtai se estaba preparando para pernoctar allí cuandio vio a lo lejos una fogata. Caminó dirigido por la luz llegando a una cueva donde individuos de aspecto salvaje se hallaban sentados alrededor de una mesa bebiendo cerveza. La entrada a la cueva estaba desierta. De inmediato se dio cuenta que ese era un lu- gar muy poco seguro pero en la cueva ya habían oido sus pasos y algunas personas corrieron hacia él. 
 Rabi Shabtai no tuvo tiempo de mirar a su alrededor cuando unos cuantos lo rodearon y una voz de trueno preguntó: 
 -¿A quién y qué buscas acá judío? -Yo soy -respondió Rabi Shabtai- un caminante inocente. Me perdí en la espesura del bosque.
 -iMientes! -dijeron los asaltantes-. Eres un espía. Has venido a espiar para delatarnos. ¡Debes morir, judío! 
 Fue en vano que Rabi Shabtai asegurara y jurara que sólo buscaba un lugar para pasar la noche; en vano fue que prometiera no hablarle jamás a nadie de la cue¡va; le sacaron el poco dinero que llevaba consigo y lo ataron. Uno de los asaltantes ya tenía levantado el hacha para matarlo cuando uno de sus camaradas le saltó encima y le dijo:  
 -Wenceslao, espera hasta que llegue el jefe. Tú ya sabes que sólo él es quien debe juzgar.   Tienes razón! -respondió el primer asaltante dejando caer su hacha. Luego arrojó al maniatado Rabi a la profundidad de la cueva acostándose delante para vigilarlo.
  Enseguida se oyó el alboroto causado por jinetes que llegaban. 
 -¡Ahi llega el jefe! -exclamaron los asaltantes saliéndole al encuentro. 
 El jefe era joven, fuerte y buen mozo y vestia como un feudal lituano.
  -Jefe -preguntaron los asaltantes-. ¿Cayó algo en la trampa? 
 -No mucho-contestó. Sólo una joven niña que quizás nos produzca algún dinero en calidad de rescate. Enseguida José la traerá acá. 
 Pero de pronto se escuchó un grito en la cueva. 
 -iBratislav! 
 -¿Quién se atreve a llamarme por mi nombre? -se encolerizó el jefe. 
 Los asaltantes temblaron. Les estaba rigurosamente prohibido recordar ese nombre, que él había enlodado y cubierto de vergüenza.   -Bratislav -se volvió a escuchar la voz-, ¡Ven a liberarme, como una vez yo lo hice contigo! 
 -¿Es posible? -exclamó el jefe.
 - ¿Acaso no es esa la voz de mi buen amigo Shabtai?
 Y enseguida descendió a la profundidad de la cueva rescatando de alli al maltratado rabino. Con la espada le cortó las ataduras y ordenando traer una silla para el medio desmayado prisionero lo hizo sentar y beber un poco de cerveza, al cabo de lo cual le besó las manos y dijo emocionado: 
  -Shabtai, Shabtai, tú eres el único que alguna vez se apiadó de mí. ¡Todos esos sucesos y desgracias que me tocaron vivir y sufrir me convirtieron en ésto que soy ahora! 
(Continuar)

No hay comentarios:

Publicar un comentario