martes, 22 de marzo de 2022

La niña perdida - Capítulo 3




RESUMEN DE LO ANTERIOR: 
Al oir a los cosacos Rabi Shabtai Cohen escapa al bosque llevando en brazos a su pequeña hija enferma. Con la llegada del día le parece que la niña está muerta y ante el sonido de ruidos extraños el sabio corre a esconderse dejando en el lugar el cuerpo de su hija. La niña es hallada por los integrantes de la partida de caza encabezada por el rey de Polonia, quie- nes, al verla aún con vida, la recogen llevándola al castillo real. La niña va recuperándose poco a poco y al mejorar completamente entabla una estrecha amistad con la princesita María, hija única de los monarcas polacos, y se hacen inseparables. Todos los esfuerzos realizados por los reyes y su confesor para lograr la conversión de Esther son en vano y cuando se trasladan a la corte real de Cracovia se ven en la necesidad de procurarle comida casher, pero manteniéndola intencionalmente separada de la comunidad judía por lo cual ésta no logra saber de quién se trata.
Capítulo 3
La amistad entre ambas niñas se fortalecía día a día. La pequeña judía tomaba parte en las lecciones de la princesita, la cual, sin envidia, la veía sobresalir en todo. Esther, como hija del gran sabio judio, estaba dotada de extraordinarias virtudes y era su digna heredera. También en el aspecto físico se desarrolló en forma extraordinaria. La débil y pálida niña se trasformó en una criatura fuerte y linda y ambas niñas causaban una asombrosa impresión cuando jugaban y saltaban entre los canteros de flores del jardín real. 
Cierta vez María estaba sentada en un rincón del jardin trenzando guirnaldas con las flores que Esthercita arrancaba para ella. La dama principal que debía cuidarlas paseaba entre los canteros. De pronto Esther pegó un espantoso alarido, rápida como una flecha saltó hacia la princesita, a la cual empujó a un lado salvándola de una serpiente venenosa a punto de morderla, Al grito de Esther llegó corriendo la dama principal que de inmediato mató a la serpiente. El susto dominó a Esthercita pero María se tiró sobre ella abrazándola le juró que nunca olvidaría que la había salvado de una muerte terrible. Enseguida llegaron el rey y la reina, que paseaban por los jardines y así se enteraron del arrojo de Esther. La reina rompió a llorar de alegría y apretó a Esther contra su corazón. También el rey se conmovió profundamente y besó a la pequeña heroína en la frente, María era su única hija y ella la había salvado de la muerte. Toda la corte vio el suceso y desde ese día Esthercita fue querida y apreciada por todos. ¿Seria para su dicha?...
 Varios años pasaron. En Esther se produjo un gran cambio, tal como anticipara el médico del rey. Las impresiones de la primera infancia fueron desvaneciéndose de a poco; la anciana viuda judía que solía llevarle comida casher no estaba en condiciones de darle muchas expli- caciones respecto a su religión por lo cual era muy poco lo que ella conocía sobre judaísmo. La viuda le proporcionó un sidur y le enseñó a rezar, pero Esther no entendía el significado de las palabras por lo que las plegarias no lograban impresionar su espíritu. Incluso llevó otros libros judíos en idish pero ese idioma también le era totalmente desconocido. De esa forma, al no tener otra relación, se fue habituando a las costumbres de la corte. Antes, salvo la princesa nadie se interesaba en ella, volvían a menudo a su memoria los recuerdos de la infancia: su madre, el padre y el viejo hogar. Pero desde que empezara a ser apreciada por todos, estos recuerdos no volvieron a aflorar. Empezó a sentirse cómoda en la corte donde todos la querían y donde se apresuraban a cumplir hasta el menor de sus deseos. Se fue acostumbrando a ser tratada como una princesa y sentía miedo al pensar en su porvenir cuando acabase esa situación. apresuraban a Jou ción. 
¿Qué iba a ser de ella si continuaba manteniéndose firme en la creencia de sus padres? Cierto día había visto entrar en palacio a un judío, "un judio con las vestiduras rotas, grandes y gruesas botas, la espalda encorvada y una bolsa al hombro". Desde que empezara a vivir en corte Esther no había visto a otro. ¿Alguna vez sería igual a ese hombre y tendría que compartir su suerte con alguno similar?... 
 Las niñas cumplieron 12 años. Se empezó a hablar de un candidato para la princesa, pero antes debia llevarse a cabo la ceremonia de su confirmación religiosa. 
 Un cura joven fue el encargado de prepararla para dicho acto. El sacerdote puso en juego todas sus cualidades oratorias para hacer co- nocer a la princesa su religión. María quedó tan impresionada por el cura, que al irse aquel, se abrazó su amiga Esther y rompió a llorar. 
 -Mi querida hermani - dijo finalmente-. ¡Oh, debes ser mi hermana por completo! Hazte mi hermana también por la fe! 
Esther se libró con facilidad del abrazo. Sintió la necesidad de estar a solas y escapó a un apartado rincón del jardín. Allí escondió el ros- tro entre las manos y quedóse profundamente pensativa. Su corazón estaba lleno, a punto de ahogarla.
 Escenas de su primera infancia surgieron ante ella. Vió a su madre enferma, al padre sentado  frente a su Guemará concentrado en sus estudios. 
 -¡Que reniegue de ustedes, queridos padres, de ustedes! -exclamó de pronto y un torrente de lágrimas escapo de sus ojos, aliviando el opri- mido corazón. 
 Pero de pronto la rodearon dos brazos tibios y ardientes besos cubrieron su rostro. Era la princesa que después de una larga búsqueda logró encontrarla. 
 -¿Tal vez te causé pena, mi querida? -exclamó la princesa- ¡No lo quise en absoluto! Eres y seguirás siendo mi dulce hermanita, aunque seas judía. Pero si aceptaras mi fe, el rey te enriqueceria como una hija propia. Te quedarías conmigo, podrías casarte con un gran señor, con un feudal y siempre estarías a mi lado. Pero ¿qué va a ser de ti si persistes en tu judaísmo? Y nuevamente María se abrazó a ella y lloró. También Esther empezó a llorar y dijo:
 -iNunca me voy a separar de ti! -¿Entonces aceptarás nuestra creencia? -exclamó Maria con alegría. 
 Esther no pudo responder. La institutriz principal se acercó para acompañar en el paseo habitual las jóvenes damas.
                                    --.--
 Esther sintió que no podría soportar mucho tiempo esa presión, presión que se hacía sentir en su vida diaria. La pobre niña estaba sola en el mundo, sin ayuda espiritual ni apoyo. No eran enemigos quienes querían obligarla a aceptar una creencia extraña, eran sus propios y nuenos amigos que le describían al cristianismo como la mayor dicha del ser humano; le mostraban una luminosidad y una amistad plenas cuando el judaísmo se le aparecía como algo triste y oscuro. De esa forma le era prácticamente imposible la elección.
 En un caluroso día de verano la princesa y Esther fueron a pasear al bosque custodiadas por la dama de compañía. Los fogosos y briosos caballos corrían en la espesura del bosque como un viento salvaje y tormentoso. La princesa y su amiga iban pensativas y casi ni oían las palabras de la dama francesa que parloteaba sin cesar. 
 Al quebrarse un eje del carruaje el mismo volcó. Ambas jóvenes salieron ilesas, sólo la dama de compañía perdió el conocimiento. La atendieron y se recuperó de inmediato y el criado les propuso dar un paseo a pie mientras arreglaban el carruaje. Era un día caluroso y so- focante cuando las descargas eléctricas llenaron el aire anticipando una cercana tormenta; el cielo se cubrió con pesadas nubes y un fuerte viento empezó a soplar. Los paseantes se sintieron felices al poder entrar en una hostería solitaria y apartada en el bosque. También allí se dirigió el cochero con los caballos y el carruaje para arreglar. 
 En aquella época, en Polonia, casi todos los taberneros eran judíos, como también eran los únicos artesanos del gran país. El tabernero judío consideró como la mayor de las suertes poder recibir en su casa a la princesa, con sus damas y sirvientes. 
 De inmediato mandaron un emisario especial a Cracovia para notificar allí lo sucedido y se adoptasen los recaudos necesarios para que las damas pudiesen pernoctar en la hosteria ya que la tormenta arreciaba y se hacia imposible el volver a la ciudad en la oscuridad de la noche. 
 En el interin la tormenta se fue haciendo más fuerte y terrible. Empezaron a caer rayos y truenos en forma pavorosa. La dama francesa, que no estaba acostumbrada a tormentas de ese tipo, se sintió muy débil y la princesa tuvo suficiente presencia de ánimo para tranquili- zarla. Pero Esther pidió autorización para entrar por unos momentos a lo del tabernero judío. Casualmente era una víspera de sábado y Esther quiso, por primera vez en su vida, sentarse en Shabat a una mesa judía. El tabernero comprendió de inmediato que la que había entrado era una hija del pueblo judío que vivía en la corte. Esther no entendía idish y el judío conversó con ella en polaco explicándole que sería para él una gran satisfacción el recibirla en su mesa sabática y honrarla con todos los sabores que ofrece la cocina judía. 
 -Usted es, señorita -dijo el tanero- un segundo Daniel. 
 Esther le pidió que explicara el significado de eso y el hombre le contó que después de la destrucción del Beth-Hamilkdash Nabucodonosor llevó a su casa varios jóvenes judíos, uno de los cuales era Daniel, y ellos se negaron a comer en la mesa del rey alimentos no casher. 
 El judío siguió contándole sobre las grandes pruebas a que fueron sometidos Daniel y sus amigos, del horno de cal en el cual los arroja- ran, del pozo de los leones donde tiraran a Daniel. Entonces la conversación versó sobre la vida judía de aquella época y el tabernero contó de los heroicos mártires judíos que fueron a la muerte alegres y animosos con tal de seguir fieles a su D's y a su pueblo. Esther escuchaba con gran atención y en ella revivieron los antiguos recuerdos de la primera infancia. ¡Qué pequeña y débil se sentía en comparación con todos aque llos mártires judíos, con los ancianos, mujeres y niños que por si mismos ofrecieron sus cuellos para ser degollados, con tal de no aceptar conversión y seguir fieles a su pueblo y a su Torá! 
 Cuando se hizo Shabat el tabernero judío entró por unos momentos a un cuarto interior. Enseguida salió acicalado, limpio, con sus vestimentas sabáticas, una levita de seda con un largo cinturón negro y un sombrero de piel. Acompañó a Esther comedor al arreglado en honor del sábado, la mesa estaba cubierta con un mantel blanco como la nieve y los candelabros brillaban en el centro. El padre bendijo a sus hijos. Esther se acercó y pidió ser bendecida también ella. El puso sus manos so- bre la tierna cabeza y dijo en polaco: 
 -Hija mía, que D's te haga como nuestras matriarcas, Sarah, Rivká, Rajel y Leah! 
 -Amén -respondió Esther con la voz medio ahogada y en su mirada era posible reconocer que seguiria fiel al pueblo judío y resistiría todas las pruebas. 
 Al día siguiente la princesa con su dama de compañía regresaron al palacio pero Esther logró que le permitieran quedarse ese sábado en el bosque, en casa del tabernero judío. Aprovechó el día para preguntar sobre todo lo relacionado con el judaísmo. El tabernero era un hombre erudito y le explicó todo con tal exactitud que la joven sintió como si pesadas piedras se deslizaran de sobre su corazón, liberándolo. 
 El domingo por la mañana llegó el carruaje real que condujo a Esther de regreso a Cracovia, al palació real.
(Continuará)

No hay comentarios:

Publicar un comentario