Capítulo 7°
RESUMEN DE LO ANTERIOR.
En Vilna, Esther inicia una nueva vida bajo la protección de Rabi Menajem y su esposa. A la muerte de ésta y por su expreso pedido, Esther contrae enlace con Rabi Menajem naciéndole dos niños que coronan la felicidad de la pareja. La comunidad de Vilna ve amenazada su seguridad debido a una pesada contribución impuesta por el principe Radzivil, esposo de la princesa María. Todas las tratativas realizadas por los judíos al respecto son en vano. Cuando Esther descubre la identidad de la princesa, relata por primera vez a su esposo toda la vida pasada en la corte y con la conformidad đe éste acude al palacio para entrevistarse con su amiga de la infancia, la princesa María.
En los primeros momentos de su reencuentro Esther y María se olvidaron de todo el mundo y pasaron un largo rato recordando tiempos pasados. Esther le contó el motivo que la impulsara a escaparse, cómo en sueños había visto a su madre a la cual pidió que la salvara de la conversión. Y entonces fue cuando estalló el incendio que hizo nacer en ella la idea de escapar. También le contó de los asaltantes que la tomaron prisionera exigiendo por ella un elevado rescate a la comunidad de Vilna, rescate que fue pagado por un judío muy rico, del cual ella era ahora la esposa y madre de sus dos niños. Pero al llegar a este punto un gemido escapóse desde lo más profundo de su corazón:
-Comprendo tu suspiro -dijo María- pero no te apenes por ello.
El marido de mi Esther no deberá pagar ninguna contribución. Con gran tristeza Esther negó con la cabeza:
-¿Acaso podremos estar contentos si toda la comunidad se hunde en la desgracia?
-Seguro que no! -dijo la princesa. Es necesario encontrar algún medio para ayudarlos. Yo no me puedo meter, lo he prometido. "¡Yo conozco a estos judíos! -dijo mi marido el principe Paul-. Ellos te pedirán, y tú, con buen corazón, no te podrás negar. Prométeme que en esta oportunidad no vas a intervenir", Y yo se lo prometí. ¿Qué se puede hacer ahora?
-¡Oh, tengo una idea! -exclamó de pronto la princesa!-. Sí... creo que va a andar bien: tú misma, mi queridisima Esther, debes ser quien pida por los judíos.
-¿Y el principe me querrá escuchar?
-Seguro! Te presentarás ante él no como una judía sino como una princesa. Tú tienes verdaderamente la apariencia de una reina. ¡Ah, va a ser una linda comedia! Tù te presentas como mi amiga de la juventud, la princesa Jablonska, que vino a visitarme. ¡Aparecerás, se comprende, no con tu ropa, sino vestida a la última moda de París. El principe te encontrará en mi casa y entonces ya se presentará una oportunidad para que puedas hablar cuanto quieras. Pero hay que apresurarse, antes que Paul regrese de cazar. Haremos tomar parte de esta intriga a mi joven camarista para que ella no nos descubra.
La princesa llamó y la joven camarista acudió de inmediato.
-Querida -dijo la princesa- necesitamos de toda tu imaginación para jugar una pequeña comedia. Esta mujer pasará acá, conmigo, algunos días, como mi amiga la princesa Jablonska. Toma mis me jores vestidos y mételos en un gran baúl de viaje. Luego ordena que lo suban al carruaje que está frente al palacio y acompaña a esta dama a Vilna. Allí la ayudarás a vestirse y la peinarás como es debido. ¡Confio en tí, que de tus manos saldrá hecha una princesa completa! Si eres inteligente y no le cuentas este secreto a nadie, obtendrás una gran recompensa.
-Dejaremos satisfecha a Su Alteza Real -respondió la joven.
-¿Et vous, madame, parlez vous encore francais? (¿Y usted, madam, usted aún habla francés?) –preguntó María dirigiéndose en voz alta a Esther.
-¡Oh, madame, je n'ai pas ou- blié ce que j'ai appris à la cour du Roi! (jAh, madam, yo no me olvidé eso que aprendi en la corte real!) -respondió Esther-.
-¡Excelente -exclamó contenta la princesa- la representación va a ser completa! ¡Hasta la vista, princesa Jablonska!
Esther salió de inmediato con la camarista para elegir y adaptar a su cuerpo los vestidos de la princesa. Eso no les llevó mucho porque Esther y María eran de la misma edad y medidas similares. Luego Esther regresó con la camarista de la princesa a Vilna. Alli, Rabi Menajem, a quien su esposa puso al corriente de toda la historia tuvo que alquilar para la "princesa Jablonska" un lujoso carruaje con sirvientes, como corresponde a una digna representante de la nobleza.
Una hora después se vió cruzar las calles de Vilna un carruaje principesco, que se detuvo ante la casa de Rabi Menajem. Con gran respeto Rabi Menajem abrió de par en par las puertas de su casa de don de salió una importante dama de corte -ni la propia gente de la casa ni los vecinos reconocieron a Esther- que acompañada por la camarista de la princesa ascendió al carruaje que, a todo galope, se dirigió al palacio del principe.
En ese interin, el principe Paul Radzivil, concluida la partida de caza, regresó al palacio donde su esposa lo recibió con la agradable noticia de que estaba por recibir una visita, su amiga de la infancia, la princesa Jablonska .
A esta Jablonska el príncipe no había tenido la oportunidad de conocerla, pero había oído de su gran inteligencia y sabía que anteriormente había pertenecido al séquito de su esposa. Por eso le alegró el poder conocerla al fín.
En la mesa se habló solamente de esta Jablonska y María tuvo mucho que contar respecto a ella. Naturalmente contó de tal forma para que el príncipe reconociera en Esther, justo a esa Jablonska y no otra. Después de la comida, mientras los esposos paseaban por el jardin, llegó al carruaje. El principe y la princesa salieron a recibirla y las dos amigas se abrazaron con gran alegría. Entonces María la presentó al principe ante el cual la princesa Jablonska hizo una elegante y refinada reverencia de acuerdo a la etiqueta de la corte.
La princesa quedó asombrada, no sólo la camarista había demostrado gran habilidad sino que en Esther habían resurgido todas las maneras y costumbres que aprendiera en la corte real, por lo cual interpretaba su papel maravillosamente.
Los príncipes invitaron a la estimada visitante al jardín, donde sirvieron café. Enseguida se inició una vívaz y alegre conversación y nadie pudo observar que Esther, que hacía más de seis años que no hablaba francés, cometiera la menor falta en la pronunciación o el acento. Cierto, el francés era, en la Corte, algo así como la lengua materna.
(Continuará)
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